Y es que el otro día hablaba con unos amigos. A alguno le hubiera gustado vivir otra época y ser descubridor de lejanas tierras...y pensaba que ese era el sueño de toda persona!(¡porque era el suyo!).
En esos momentos descubres la suerte que tienes, al pensar, que pese a todo, tú no cambiarías tu vida.
Fuente: Razones para la alegría
Autor: José Luis Martín Descalzo
Si yo tuviera que decir cuál es la mayor de las  bienaventuranzas de este mundo señalaría, sin vacilar, que la de poder vivir de  lo que uno ama. A continuación añadiría que una segunda y formidable  bienaventuranza, aunque de segunda clase, es llegar a amar aquello de lo que uno  vive. 
Pero, curiosamente, parece que son pocos los que disfrutan de la  primera y no muchos más los que conquistan la segunda. Porque charlas con la  gente y casi todos te hablan mal de sus trabajos.- son abogados, pero sueñan ser  escritores; médicos, pero les hubiera entusiasmado ser directores de orquesta;  obreros, pero habrían sido felices siendo boxeadores o futbolistas. Son pocos,  en cambio, los que reconocen haber nacido para ser lo que son y los que no se  cambiarían de tarea si volvieran a nacer.
Pero aún es más grave  descubrir que un altísimo porcentaje de los humanos se muere sin llegar a  descubrir cuál era su verdadera vocación. Y uso esta palabra en todo su alto y  hermoso sentido. Porque, curiosa y extrañamente, es éste un vocablo que en el  uso común se ha restringido a las vocaciones sacerdotales y religiosas, cuando  en realidad "todos" los hombres tienen no una, sino varias vocaciones muy  específicas.
Todos hemos sido llamados, por de pronto, a vivir. Entre  los miles de millones de seres posibles fuimos nosotros los invitados a la  existencia. Si nuestros padres no se hubieran cruzado "aquel" día, en "aquella"  esquina, o en "aquel" baile, hoy no existiríamos. Y si nuestro padre se hubiera  casado con otra mujer, habría nacido "Otra" persona distinta de la que nosotros  somos. Alguien -decimos los creyentes- o algo -dicen los materialistas- se  trenzó para que esta persona concretísima que cada uno de nosotros es llegara a  la existencia. Y ésta fue nuestra primera y radical vocación-. a nacer, a  realizarnos en plenitud, a vivir en integridad el alma que nos dieron. Ya esto  sólo sería materia más que suficiente para llenar de entusiasmo toda una  existencia, por oscura y desgraciada que sea.
Fuimos, después, llamados  al gozo, al amor y a la fraternidad, otras tres vocaciones universales.  Colocados en mundo que, aunque haya de vivirse cuesta arriba, estalla de  placeres (la luz, el sol, la compañía y medio millón más), ¿cómo entender el  aburrimiento de los que han llegado a convencerse de que son vegetales o  animales de carga?
Y fuimos finalmente llamados a realizar en este mundo  una tarea muy concreta, cada uno la suya. Todas son igualmente importantes,  pero para cada persona sólo hay una -la suya- verdaderamente importante y  necesaria. 
Porque la vocación no es un lujo de elegidos ni un sueño de  quiméricos. Todos llevan dentro encendida una estrella. Pero a muchos les pasa  lo que ocurrió en tiempos de Jesús: en el cielo apareció una estrella anunciando  su llegada y sólo la vieron los tres Magos. Y es que --como comenta Rosales en  un verso milagroso-- "la estrella es tan clara que  mucha gente no la ve".  
Efectivamente, no es que la luz de la propia vocación suela ser oscura.  Lo que pasa es que muchos las confunden con las tenues estrellas del capricho o  de las ilusiones superficiales. Y que, con frecuencia, como les ocurrió también  a los Magos, la estrella de la vocación suele ocultarse a veces -y entonces hay  que seguir buscando a tientas- o que avanza por los extraños vericuetos de las  circunstancias.
Y, sin embargo, ninguna búsqueda es más importante que  ésta y ninguna fidelidad más decisiva. Unamuno decía que la verdadera cuestión  social no es un problema de mejor reparto de las riquezas, sino un asunto de  reparto de vocaciones.
Dejo aquí de lado las vocaciones a la santidad  -que éstas, sí, casi siempre se realizan por caminos diversos a los lógicos y  previsibles, porque ahí Dios guía casi siempre a ciegas- y me refiero a las  pequeñas y cotidianas vocaciones humanas. En éstas el primer elemento decisivo  es la libertad. En ningún campo son más graves las violaciones que en las  decisiones del alma. Y por eso yo entiendo mal a la gente que anda "pescando"  curas o médicos o poetas. Todas las grandes cosas o salen de una pasión interior  o amenazan inmediata ruina.
Supone después capacidad, coraje y lucha.  Una vocación no es un sueño, un caprichillo pasajero, menos un afán de  notoriedad. Todas las aventuras espirituales son calvarios. Y el que se embarque  en una verdadera vocación sabe que será feliz, pero no vivirá cómodo.
Supone, sobre todo, terquedad en la entrega. Un escritor que se desanima  al segundo fracaso mejor es que no intente el tercero, porque no nació para eso.  Sólo tiene vocación el que no sería capaz de vivir sin realizarla. 
Y  supone también realismo. ¡Cuántas veces una gran vocación ha de vivir  "protegida" por una segunda tarea práctica que nos dé los garbanzos mientras la  otra vocación construye el alma!
Pero benditos los que saben adónde van,  para qué viven y qué es lo que quieren, aunque lo que quieran sea pequeño. De  ellos es el reino de estar vivos.

1 comentario:
Muchas gracias, Belén.
Me ha encantado el texto. Descubrir tu verdadera vocación.(aunque a veces no sea fácil) Aquello que te haga realmente feliz. He aquí la misión de todo hombre y mujer.
Descubrir aquello para lo que has sido creado por Aquel que más te ama.
GRACIAs.
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