sábado, 10 de marzo de 2007

reflexión




Ayer mientras iba de camino a la mascletà meditaba sobre la siguiente frase del Evangelio:

“No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan”.

¿Quiénes son los sanos?¿Quiénes los enfermos?¿Hay alguien que pueda llamarse a sí mismo justo?
Y el más justo peca siete veces al día....y el Señor nos dice que le perdonemos esas 7, y hasta 70 veces 7...
Jesús pronuncia aquella frase entre fariseos, entre los que se las dan de ser los más justos y quiere hacerles ver que realmente su buena nueva es para todos, y especialmente para los más débiles.
Cómo no, Jesús utiliza un símil, y habla de médicos. San Lucas, que es médico,lo recoge.
Yo, pienso en la salud y la enfermedad.
El estar sano no es algo permanente. Todos pasamos por la enfermedad en un momento u otro, por eso el Evangelio nos interpela a todos; cómo iba Jsús a excluir a nadie!

Algunos quizás sólo tendrán algún dolor de cabeza de vez en cuando, poco más. Pero saben que si lo dejan pasar sin ponerle solución(dormir un rato,tomarse un analgésico recetado por su médico), entonces el dolor puede ir a más,mientras que si hacen algo al principio, el dolor se pasará mucho antes. Y así con cosas más graves.

Cuántas veces habré oido de boca de las mujeres al habalr de sus maridos:"Ves?tendríamos que haber venido antes, cuando empezabas a tener aquellos dolores, pero tú, querías hacerte el fuerte, y ahora ya ves, está mucho más avanzado"

Así sucede con el pecado. Cuando antes acudamos a que el Señor nos sane mediante el sacramento de la Reconciliación, mejor. Si dejamos que se acumulen nuestras faltas de Amor, al final cuesta más acudir, lo relativizamos("si total, tampoco me duele tanto").

Todos tenemos cosas que sanar.Todos tenemos puntos en los que convertirnos en esta Cuaresma. Ojalá nos sepamos dejar curar por Cristo, aunque duela, aunque escueza, aunque nos avergüence sentirnos tan débiles y necesitados.

«Se le acercó un leproso suplicándole: “Si quieres puedes limpiarme”. Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: “Quiero; queda limpio”. Y al instante le desapareció la lepra y quedó limpio».

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